viernes, 11 de noviembre de 2011

También sus cielos destilarán rocío. Deuteronomio 33:28




Lo que en Oriente es el rocío para la naturaleza,
eso es la influencia del Espíritu Santo en el reino de la gracia.
¡Cuánto lo necesito! Sin el Espíritu de Dios, soy una planta
seca que se mustia. Desmayo, decaigo y muero. ¡Cuán gratamente
me refresca este rocío! Pero desde que este rocío me
refresca, me reanimo y me siento contento, fortalecido, gozoso.
No necesito otra cosa. El Espíritu Santo me trae vida y todo
cuanto se requiere para vivir. Todo lo demás, sin el rocío del
Espíritu Santo, lo reputo como nada: oigo, leo, oro, canto, me
acerco a la mesa de la comunión, y no encuentro bendición hasta
que me visita el Espíritu Santo. Tan pronto como Él me ciega,
todos los medios de gracia me resultan dulces y provechosos.
¡Qué promesa tan grata para mí!... «Sus cielos
destilarán rocío». Seré visitado por la gracia; no seré abandonado
en mi sequedad natural, ni al calor abrasador del mundo,
ni al soplo ardiente de la tentación. ¡Sienta yo ahora mismo el
rocío apacible, silencioso y bienhechor del Señor! ¿Y por qué
no? Él me ha dado la vida y me ha hecho crecer como la hierba
de los prados, me tratará como se trata a la hierba y me refrescará
desde lo alto.

 La hierba no puede clamar por el rocío, como
puedo clamar yo. El Señor, que visita la planta que no pide, contestará
a su hijo que le ruega.

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